martes, 12 de agosto de 2008

Mirando con Compasión

Hoy hablaremos de la compasión que tuvo Jesús por una viuda al momento de dar sepultura a su único hijo.

Vamos a destacar los principales puntos del texto.
• Jesús llega al pueblo acompañado por una multitud.
• En la entrada de Nain había un funeral de un joven, hijo único, cuya madre era viuda.
• Jesús vio a la viuda y se compadeció.
• Resucitó a su hijo y lo entregó.
• Al ver esto la multitud, tuvieron miedo y glorificaban a Dios.

Lo más importante en este pasaje es el amor que tuvo Jesús, porque entremedio de tantas personas se compadeció y llevo consuelo a la viuda. Imaginemos el momento. Jesús viene acompañado de una gran multitud y sus discípulos (aprox. 2000 personas). En Nain un funeral con mucha gente que acompañaba a la viuda (aprox. 300 personas). Jesús iba entrando y la viuda iba saliendo, por lo que podríamos suponer que la multitud que acompañaba a Jesús tuvo que moverse y detenerse para presenciar lo que ocurrirá.

Luego, de que las multitudes se encuentran, ¿Cuales son las acciones de amor que tuvo Jesús, cuando sucede esto? i. Ve a la mujer, ii. Siente compasión, iii. Le dice “No llores”, iv. Resucita a su hijo y v. Le devuelve a su hijo.

i. Observando.
¿Cómo es observar a una persona entre 300 personas?... con mucha atención.
¿Cómo estaba observando Jesús a la mujer?... con cierta intención. Alguien lo notó.
¿Por que Jesús sólo miró a ella?, porque ella estaba sufriendo.

Que momento más especial es el que Jesús tiene con la mujer, porque entre tanta multitud Jesús ve a la viuda y en su dolor (murió su hijo), y su soledad (viuda y sin hijo) se acerca a la viuda sintiendo lo mismo que ella, se compadece dándole esperanzas, diciéndole “No llores”.

ii. Compasión.
La compasión, según la RAE es un: “Sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias”

Jesús entiende y siente por lo que la mujer esta pasando, es una situación de tristeza y de profundo dolor, en parte, quizás, también se siente culpable por las desgracias que esta pasando, es viuda, pobre y estará sola por el resto de su vida. En esta condición, ¿tendrá ganas de seguir viviendo?

iii. Consuelo.
Pero que alentador es el mensaje de Jesús al decirle “No llores”, porque no hay necesidad de llorar, todo estará bien; me imagino que la viuda no sabía quien era, pero si debió haberse sentido consolada al escuchar estas palabras, por que quién que se mueve a otra “multitud” y se acerca a la principal afectada de otra “multitud” y le dice “No llores”. Es extraño, pero para la viuda sigue siendo esperanzador.

iv. Ayudando.
Luego de ese encuentro, tan oportuno y preciso, Jesús se acerca al féretro y lo toca. Le dice al joven que se levante y se lo entrega a la viuda.

Que alegría debió haber tenido la viuda a ver a su hijo vivo, con nuevas esperanzas, sueños, ya no estaría sola, quizás su situación económica podría cambiar.

v. Foco en la persona.
Finalmente, al ver esto la multitud reacciona con miedo y alabaron a Dios por haberlos visitado y a Jesús lo llamaron profeta. Por lo que las personas están pensando en el hijo resucitado, en Jesús que levanta al hijo y en Dios que ayudaba al pueblo. Sin embargo Jesús esta pensando en la mujer, ya que fue la persona en quien se enfocó inicialmente y fue determinante para realizar el milagro (resucitó y devolvió al hijo).

Cuantas veces hemos pasados por momentos como estos, en donde la tristeza, la soledad, la angustia nos han llevado a estar desanimados y sin ganas de hacer nuestras cosas.
Cuantas veces nos sumimos en nuestras propias fuerzas para salir adelante sintiéndonos culpable por lo que hacemos.
Cuantas veces hemos querido ayudar a tantas personas, amigos, familiares, compañeros de trabajo y no nos atrevemos, quizás por falta de compasión.
Que Jesús sea nuestro ejemplo para tener compasión, el miró, se acerco lo suficiente para hablar con ella y la confortó.
Cuando las cosas no resultan bien y estemos tristes, Jesús siempre nos dirá “No llores” todo va a estar bien.
El amor de Jesús comienza mirando a cada uno de nosotros dando esperanzas en los momentos difíciles que pasemos. Sin embargo, ese amor también debe estar en nosotros para poder mirar a otros con compasión.
Doy gracias a Dios por haberme mirado entre tantas personas y escogerme, me da vida, paz, tranquilidad, esperanzas y amor.
By Oscar Mancisidor Strange

martes, 5 de agosto de 2008

Del dicho al hecho, hay mucho trecho…

En nuestra cultura este refrán resume perfectamente el modo de operar que tenemos a diario.
“Yo le aviso”
“Te llamamos”
“Mañana te pago”
“Yo me lo consigo”
“Hay que…”
“Vamos a formar una comisión…”

Compromisos, acuerdos, promesas, acciones, puntualidad y otros penden de esta aguda observación sobre cómo vivimos y nos comportamos. Aunque tomamos esta expresión con la naturalidad de un comportamiento socialmente aceptado, la verdad es que refleja la profunda latencia de nuestro ser, el que prefiere ser servido que servir. Nos apetece expresar nuestra aprobación o ideas que serán bien recibidas por los demás como “nobles hazañas”, pero llevarlas a la práctica requiere de un “esfuerzo adicional” (como dice la campaña de cierto supermercado), el que rara vez estamos dispuestos a entregar. Es más, preferimos o generamos una versión acomodaticia de todo lo que se nos demanda, para así desprendernos de la responsabilidad intrínseca de un compromiso.

¿Dónde se cruza esta cuestión con nuestra vida como cristianos?

Aunque no debemos quedarnos con la idea de que la Biblia es un manual donde aparecen listados punto a punto lo que hace y no hace un cristiano de tomo y lomo, ella está plena de guías para vivir nuestro día a día como verdaderos hijos de un Dios de la categoría del que se reveló a nosotros: Dios de amor, justicia, verdad, misericordia, compromiso y mucho más.
Los primeros grupos de seguidores de Jesús y sus enseñanzas fueron llamados “Cristianos”, o pequeños Cristos, por sus contemporáneos (gentiles). Aunque se utilizara esta descripción como un peyorativo en muchas ocasiones, resume lo que la gente veía en ellos: una imitación del Cristo a quien conocieron. No fueron solamente oidores de un mensaje poderoso, convencidos intelectualmente de la veracidad de sus declaraciones, ni observadores de los milagros que acompañaron a Jesús, sino que también se comportaban como él. La realidad de las convicciones de estas personas se materializaba en su actuar y proceder en la vida. Este es el puente que nos lleva a la arena de discusión en el libro de Santiago, donde el escritor bíblico plantea la inequívoca relación entre la fe (credo) de la persona y las obras (acciones) que realiza. Este asunto ya había sido tratado con anterioridad por Jesús, cuando instruía a la gente a hacer lo que los fariseos decían, no lo que hacían (por ejemplo, leer Lucas 11:46 Contestó Jesús: ¡Ay de ustedes también, expertos en la ley! Abruman a los demás con cargas que apenas se pueden soportar, pero ustedes mismos no levantan ni un dedo para ayudarlos.)

Santiago pone la atención sobre un aspecto vital en la vida del cristiano: La práctica de la palabra.

Santiago 1:22-27
22 No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica.23 El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo24 y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es.25 Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla. 26 Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada.27 La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo.

Otra forma de plantear el mismo asunto es con la relación entre la fe y las obras:

Santiago 2:14-26
14 Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?15 Supongamos que un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario, 16 y uno de ustedes les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse», pero no les da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso?17 Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. 18 Sin embargo, alguien dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras.»
Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras.19 ¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan. 20 ¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril?[a]21 ¿No fue declarado justo nuestro padre Abraham por lo que hizo cuando ofreció sobre el altar a su hijo Isaac?22 Ya lo ves: Su fe y sus obras actuaban conjuntamente, y su fe llegó a la *perfección por las obras que hizo.23 Así se cumplió la Escritura que dice: «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia»,[b] y fue llamado amigo de Dios.24 Como pueden ver, a una persona se le declara justa por las obras, y no sólo por la fe. 25 De igual manera, ¿no fue declarada justa por las obras aun la prostituta Rajab, cuando hospedó a los espías y les ayudó a huir por otro camino?26 Pues como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

Para evitar confusiones: de acuerdo al comentario de este pasaje la Biblia de estudio NVI, el término “fe” es usado como una mera aceptación intelectual de algunas verdades sin tener la confianza en Cristo como salvador. El pasaje apunta más bien a que la fe genuina producirá buenas obras, pero solo la fe en Cristo salva (extracto del comentario sobre vv. 2:14-26 en Biblia de estudio NVI de editorial Vida, año 2002, pág. 1975)
Esta preocupación tiene una data mucho más antigua que el libro de Santiago, ya que podemos encontrar el mismo consejo en Proverbios 3: 27-28

27 No niegues un favor a quien te lo pida, si en tu mano está el otorgarlo. 28 Nunca digas a tu prójimo: «Vuelve más tarde; te ayudaré mañana», si hoy tienes con qué ayudarlo.

Renovando nuestro entendimiento

Decimos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pero la realidad muestra que falta aún un largo trecho por hacer realidad este mandamiento.
Si bien las líneas matrices de nuestro mundo protestante trazaron a fuego el hecho que la salvación es por fe y no por obras, no podemos dejar de reconocer la importancia de éstas en nuestro cotidiano andar. Las llamadas obras no están referidas solamente a la atención de personas en una situación de extrema pobreza. Estamos inmersos en un mundo que también clama por justicia, equidad, abrigo, alimento, compasión, misericordia y hemos sido puestos por Dios en medio de esta sociedad para extender nuestras manos y recursos a quien lo necesita. Tampoco se pide que nuestra labor sea realizada en los círculos cristianos afines o como moneda de cambio por la salvación del que es ayudado.
De la misma manera en que el apóstol Pablo expresa cómo Dios ha revelado sus cualidades invisibles en un mundo tangible llamado “la creación” (Rom. 1:19-21), nosotros somos llamados a llevar la infinita misericordia de Dios en un lenguaje que va más allá de lo intelectual y logra materializar lo intangible de nuestra vida espiritual: La fe en acción.
By Luis Soto Tapia.

martes, 8 de julio de 2008

El hombre que tenía dos hijos

A continuación presentamos un resumen con la reflexión que cruzó nuestro retiro de jóvenes adultos en el Cajón del Maipo. Analizamos la parábola del hijo pródigo en tres actos, es decir, desde el punto de vista de los tres personajes principales de esta historia. El hijo menor, el pródigo, el que le pidió un adelanto de la herencia a su padre y la malgastó, terminando en el fango, sin dinero y deseando comer la comida de los cerdos. En segundo lugar, el hijo mayor, el que siempre trabajó en la hacienda de su padre, el que le fue fiel y obediente, pero que terminó anidando un pequeño resentimiento hacia su hermano irresponsable. Y, finalmente, el padre. El mismo que salía todos los días a esperar a su hijo perdido. El que guardaba una secreta esperanza en su corazón de ver regresar a la vida a su hijo perdido. El mismo que compartió todo con su hijo mayor y lo entendió cuando no quiso entrar a la fiesta.

El hijo menor

En Lucas capítulo 15, el autor reseña lo que motivó a Jesús a contar una serie de parábolas. Entre ellas la parábola del hijo pródigo, que bien podría ser llamada “La parábola del hombre y sus dos hijos”. ¿Por qué Jesús decide enseñar parábolas? Estaba molesto. El Maestro estaba cansado de escuchar los comentarios de los fariseos y maestros de la Ley, quienes reprochaban sus reuniones con publicanos y pecadores. Ante esto, Jesús despliega las parábolas como una batería de argumentos aplastantes. Entre ellas, la del hijo pródigo, una verdadera reacción a los comentarios religiosos. Las parábolas buscaban que, quienes las escucharan se pusieran en el lugar de los personajes de la historia. Es decir, que los fariseos comprendieran que había un mensaje. Una esencia de la que hoy nosotros tenemos que apropiarnos.
Entonces, surge la figura del hijo pródigo, el menor, el que irresponsablemente gastó la heredad que su padre le adelantó sin reproches, el que lo perdió todo. El que tocó fondo y se vio lleno de barro, entre cerdos y sin nada para comer. Instante en el que decide tomar conciencia y regresar. Este es el segundo momento de esta historia, la toma de conciencia.
El famoso autor inglés C.S. Lewis dice que el sufrimiento es el altavoz de Dios. En este estado, el hijo pródigo decide regresar a la casa de su padre y comienza a pensar en lo que le dirá. Durante horas comienza a construir un discurso, que repite una y otra vez en su corazón, mientras emprende el camino a casa. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser llamado tu hijo”. De esta forma exterioriza su toma de conciencia, con humildad. No son los malos negocios que hizo con el dinero de su padre, lo que le quita el sueño. Si no, haberlo deshonrado.
La humanidad es a creación favorita del Padre. Pese a que le dimos la espalda, malgastamos la herencia que nos dejó y construimos nuestra propia historia. La actitud de humillación del hijo pródigo, la toma de conciencia es lo que nos falta a veces. Tomar la decisión de emprender el camino de regreso a casa, dejando de lado la indefensión y la miseria en que hemos vivido lejos del Padre. El camino de regreso se inicia cuando tomamos conciencia y no tenemos justificación. Asumamos esa actitud y regresemos, que el Padre sale todos los días a ver si es que acaso hemos tomado la decisión.


El hijo mayor

Como planteamos anteriormente Jesús escogió las parábolas para responder los comentarios de los fariseos. Les demostró parábola a parábola la actitud que ellos habían tomado frente al Maestro. Entonces, conviene analizar la actitud del hijo mayor, en la parábola del hombre y sus dos hijos. Su participación, es quizás, la menos explotada.

Al hijo mayor de esta historia le pasó quizás lo que ocurre siempre con los hijos mayores: sus padres aprendieron a ser padres con él y por ende, siempre recibió una instrucción más rígida que las sus hermanos menores. Por eso, cuando le reclamó a su padre por la fiesta que había organizado para honrar a su hermano -el irresponsable, el malgastador- sus argumentos podrían ser considerados muy legítimos. La historia del hijo mayor tiene tres momentos particulares. En la primera de ellas debemos apreciar cuál fue su opción de vida, versus, las decisiones de su hermano menor. Su actitud fue nunca desobedecer a su padre. Tampoco hizo gastos, nunca tomó un cabrito para celebrar con sus amigos, al contrario, trabajó duro para hacer crecer los negocios de su padre. Pero el hijo mayor no sabe lo que es ser padre. No logra entender la actitud de su padre. Desde su mirada la actitud del padre es injusta. Él siempre se portó bien y nunca fue festejado, más su hermano malgastó toda su parte de la herencia y cuando regresa le hacen una fiesta. Lo que quería enseñar Jesús a los fariseos y maestros de la Ley, era que ellos eran los hermanos mayores. Los que se enojaron porque Jesús compartía y hacía fiesta con publicanos y pecadores, y no con ellos. Los fariseos eran estudiosos, tenían conceptos profundos de su religión, enseñaban en las sinagogas, combatieron la helenización de Israel, se esforzaban en la obra, mientras el resto de los mortales malgastaba su tiempo y su dinero. Este es el reflejo del segundo momento en la vida del hijo mayor, quien a raíz de su profundo malestar y odio hacia su hermano, decide no entrar a la fiesta, pese a que el padre se esfuerza en convencerlo. El tercer momento es incierto. Nunca sabemos el resultado final de esta historia. Y no es casualidad, porque de esta manera Jesús respondió a las críticas de los hijos mayores, es decir, de los fariseos. En nuestra vida cristiana y eclesiástica hemos desarrollado liturgias y doctrinas muy adecuadas. Somos a veces como los fariseos: estudiosos, obedientes a nuestro sistema religioso, y hacemos todo con muy buenas intenciones. No obstante, eso puede llevarnos a querer estar por sobre Dios. Estamos llenos de formas y liturgias y nos comportamos como el hijo mayor. Y nos negamos a entrar a la fiesta. En esta parábola, lo único que Jesús quiere enseñar es que el hijo mayor no logra entender la actitud de su padre. No comprende que su padre lo ama y valora que se haya quedado con él y haya sido obediente. Y el padre se lo manifiesta, le dice que todo lo que él tiene es suyo. Pero, no puede entender eso. Y es que el padre tiene cierta predilección por los hijos perdidos y es por ello que decide hacer fiesta por el que estaba muerto y volvió a la vida. Si adoptamos la actitud del hijo mayor, nos exponemos a terminar no muy bien y de quedar marginados de la tarea de Dios. Hay que entender que el padre actúa de determinada manera porque AMA.

El que la historia del hijo mayor no tenga final, debe hacernos temblar. Probablemente el hijo mayor terminó muy mal. Si nos consideramos hijos mayores, deberíamos abrir nuestro corazón y espacio para aquellos hijos menores que vienen volviendo a la vida. Que no nos pase lo del hijo mayor y seamos capaces de entender el corazón del Padre.

El Padre

El padre, desde que su hijo se marchó con su parte de la heredad, sospechó que las cosas no irían bien. Pese a ello, todas las tardes decidió salir al umbral de su casa y mirar hacia el horizonte. Y esperar allí el anochecer, con su corazón latiendo muy rápido, anidando la esperanza de que su hijo menor decidiera regresar. Un día, su paciencia, su esperanza, tuvo premio. El hijo menor decide volver, toma conciencia de su error y emprende el regreso. Viene hediondo, maltrecho, sucio, repitiendo una y otra vez en su corazón aquellas palabras que le dirá a su padre. Su corazón también palpita fuerte y rápido, cuanto más se acerca a su casa. Allí, donde hasta los jornaleros tenían pan y refugio, mientras él deseaba comer la comida de los cerdos. Cuando el padre lo ve en el horizonte, su corazón estalla. Sale corriendo a su encuentro y se le echa en los brazos. Su respuesta no tiene lógica, su actitud de celebración, no tiene, quizás sentido. Pero él quiere hacerle sentir a su hijo menor que no conviene estar lejos. Lejos de casa hay soledad, humillación, desamparo. En los brazos del padre, en cambio, no hay reproches, ni preguntas, solo una fiesta, una celebración. Pero está el otro hijo, el que trabajó en el campo, el que se esforzó por hacer crecer los negocios de su padre. El que se enteró de la fiesta luego de haber dejado las herramientas con las que trabajaba. El que anidó recelo contra su hermano, por haberse malgastado la herencia. El que se enoja cuando se entera de la fiesta y decide no entrar a compartir la alegría por el regreso de su hermano menor. Ahí está el padre, insistiéndole que entre y tratando de explicarle lo que significa la celebración. Y es que el padre ama a sus dos hijos. Pero el hijo mayor no pudo nunca aceptar ese amor hacia su hermano. Puede haber muchas circunstancias en medio, pero el padre es uno y ama a los dos con los brazos abiertos.

Esta parábola trata de temas personales, de conciencia personal, de tragarse rabia, de reconocer que el dueño de la hacienda sigue siendo el Señor y nosotros seguimos siendo sus hijos. Debemos tomar decisiones, pedir ayuda, y comenzar a planificar nuestro discurso, las palabras que le diremos a nuestro Padre, o simplemente, entrar a la fiesta y ser parte de la celebración. De esta forma, debemos abrir nuestro corazón al amor de nuestro Padre, Dios.

jueves, 26 de junio de 2008

¿Encontramos lo que buscamos?

La reflexión de esta semana se basó en el relato de Juan 1:43-51, donde el autor nos cuenta sobre el encuentro de Jesús con Felipe y Natanael.

En la primera parte de la historia, vemos a un Felipe entusiasmado por haber encontrado a Jesús, aquel de quien escribió Moisés. Cuando el discípulo escuchó el llamado del maestro no dudó ni por un momento de que se trataba del Mesías por el cual estaban esperando, por ello no pudo contener la emoción y corrió a buscar a su amigo para contarle sobre el maravilloso encuentro que había tenido y a la vez invitarlo a que también fuera a conocerlo.

La finalidad de este párrafo es llevarnos a valorar lo que significa tener un encuentro real con Jesucristo, hecho que debería marcar un antes y un después en nuestras vidas, provocando además que salgamos igual que Felipe corriendo a compartir donde nuestros amigos, familiares y vecinos. Por lo general, tendemos a hablar de religiones y doctrinas, limitando el mensaje hacia las bondades y/o poderes del maestro. Es muy común entablar conversaciones acerca de los programas y estructuras que utilizamos dentro de las iglesias y desviamos el centro que debería ser presentar a Jesucristo, el salvador de nuestras vidas.

En la segunda parte del relato se pone énfasis al encuentro de Jesús con Natanael, el que comienza de una manera muy particular, cuando el Mesías le revela que ya lo conocía, incluso desde antes que su amigo Felipe le hablara de él.

De esta narración destacamos dos hechos, el primero es la acción de Felipe, el que luego de presentar a Jesús se hace a un lado para que Natanael viva su propia experiencia con el maestro. El segundo hecho, es el conocimiento que tiene Jesús de nuestras vidas cuando sale a nuestro encuentro.

Muchas personas se acercan a Jesús en busca de sanidad, liberación y respuestas que no pueden encontrar en otro lugar, pero una vez que lo consiguen se olvidan y dejan de lado a aquel que les ayudó. ¿Será porque no experimentaron un verdadero encuentro con Dios? ¿O quizá, es porque se conforman con la bendición y no se esfuerzan en ir a la fuente de todas las bendiciones?

La pregunta que debemos hacernos es, si al igual que Felipe, ¿Encontramos lo que buscamos? ¿Estas seguro que tuviste tu encuentro con Dios, o sólo hablas del Dios de tus padres, amigos?

domingo, 15 de junio de 2008

miércoles, 11 de junio de 2008

Buscando armonía en medio de las tormentas...


Esta semana la reflexión se centró en dos hechos muy importantes que se describen en el libro de Marcos, evangelio que se caracteriza por enfatizar los milagros realizados por Jesús. El primer suceso en el cual hicimos un alto se encuentra al finalizar el Capítulo 4, cuando el autor nos narra la desesperación que sintieron los discípulos al cruzar el mar en tiempos que éste era azotado por una fuerte tormenta. Según el escritor, la situación exacerbó tanto a estos hombres, que no dudaron en increpar a Jesús por encontrarse durmiendo en otro lugar de la barca. La reacción que tuvo Jesús frente a este hecho es la que debe llevarnos a reflexionar sobre las tormentas que día a día vamos enfrentando, ya que el Hijo de Dios nos sorprende al preguntar: ¿Por qué temes? ¿Todavía no tienes Fe?

El otro hecho en el cual estuvimos dialogando ocurrió justo al otro lado del lago, después que Jesús le ordena a la tormenta que se calme y logra desembarcar en la tierra de los gadarenos, lugar en el cual es recibido por un hombre que se encontraba dominado por una legión de demonios, los que al enfrentar la presencia del Hijo de Dios ruegan no ser atormentados y ser lanzados a los cerdos. Jesús accede a la petición y libera al hombre enviando a los espíritus inmundos al lugar donde se encontraban cerca de 2.000 mil cerdos pastando, los que al recibir a los demonios se precipitan a un barranco y mueren. Una vez que el rumor de lo ocurrido llega a los oídos de la gente que vivía en el pueblo, estos se acercan a Jesús a pedirle que por favor se retire.
Este pasaje nos lleva a pensar, ¿Cuál fue la intención de Jesús al cruzar al otro lado? ¿Lo hizo sólo para liberar el hombre endemoniado? Creemos que el propósito del autor es resaltar que Jesús está dispuesto a ir a cualquier lugar con el fin de poder ayudar a sus hijos, que Él no tiene límites para acceder al corazón de quienes lo necesitan, que está dispuesto a hacer un alto en el camino con tal de salvar tu vida.

El fin de la reflexión es que podamos entender que Dios calma las tempestades de nuestra vida, que su intención es devolvernos al centro de su voluntad, comprender que El esta dispuesto a cruzar lagos tempestuosos con el fin de llegar a nuestro corazón y liberarlo. Quiere devolvernos el Shalom perdido, ese estado que sólo tú conoces y que te hace estar feliz y tranquilo.

¿Qué tormenta estas atravesando en tu vida? ¿Sientes que hay algo en ti que no te deja ser feliz y que te quita la paz interior?

miércoles, 4 de junio de 2008

No te relajes, cuida tu alimentación!


Esta semana centramos nuestra reflexión en el antiguo testamento, específicamente en el libro de éxodo, donde los relatos tienen la intención de narrar el encuentro de Dios con Israel, aquel pueblo que fue sacado de la esclavitud de Egipto para transitar por el desierto camino a Canaán, la tierra prometida.

Como cuenta el texto, después de varios días caminando por el desierto el pueblo comienza a sentir hambre y reclama contra sus líderes, reclamo que no tarda en llegar a los oídos de Dios, quien en su intención de demostrar que El estaba presente en esa larga caminata, decide enviarles alimento desde el cielo, pero para poder recolectarlo deberán cumplir con algunas condiciones, siendo la más importante aquella de no guardar porciones de un día para otro, excepto el sexto día ya que había que guardar para el día de reposo.

La intención de la tradición que escribió este párrafo, es destacar la dependencia que tenía el pueblo de Dios para poder sobrevivir. Cabe recordar que en el judeísmo no hay una disociación entre lo espiritual y lo físico, por ello la necesidad de alimentarse se entiende como un todo. El hecho de que el maná no pudiera guardarse de un día para otro es para entender que la misericordia de Dios se renueva día a día, que necesitamos alimentarnos de una comunión diaria con Dios, lo cual implicará un compromiso real de buscarla. Por otro lado, vemos como Dios es sensible a nuestra necesidad y está dispuesto a darnos lo que necesitamos en la medida que nosotros sepamos pedir.

Entendemos que alimentarnos es saciar aquella necesidad que nos mantiene vivos, tanto física como espiritualmente, concibiendo además que el alimento para el espíritu es la Palabra de Dios, la cual se revela en lenguaje humano, entendible para cada uno de nosotros. Desde que nacemos sabemos y estamos concientes de nuestra necesidad diaria de ingerir alimentos. Sin embargo con el Espíritu pareciera que no siempre actuamos de la misma forma, generando poco a poco la debilidad de este. La reflexión debería llevarnos a entender la necesidad que tiene el Espíritu de ser alimentado día a día, no siguiendo horarios ni métodos establecidos por otros, sino meditando en horarios y tiempos que nos acomoden, guardando tiempos de silencio que nos permitan disfrutar de la presencia de Dios.

Recuerda que cada día debemos tener un tiempo a solas con Dios, extrayendo del texto bíblico una palabra que modifique y dé sentido a nuestro día.

¿Cómo está tu alimentación? ¿Mantienes alguna dieta que te ayude a mantener sano el espíritu?
Te invitamos a seguir compartiendo la conversación.

miércoles, 28 de mayo de 2008

El paralítico y el estanque.

Durante esta semana continuamos revisando los relatos del cuarto evangelio donde, como ya hemos destacado anteriormente, la intención del autor es confrontar la propuesta religiosa del judaísmo con la del cristianismo. En este caso nos detuvimos en el relato que habla de un hombre paralítico que durante 38 años cargaba con su enfermedad y que en busca de sanidad se acerca al estanque de Betesda, donde cada cierto tiempo baja un ángel a estremecer el agua y el primer enfermo que lograba entrar en el agua es sanado. Todo cambia para ese hombre, cuando en medio de una celebración Judía, Jesús también se acerca a ese lugar y al verlo tirado en el suelo le pregunta ¿Quieres ser sano?, pero el paralítico que después de cargar tantos años con la enfermedad se encontraba desesperanzado y sin tener idea de quien era Jesús, trata de explicarle en sus palabras lo imposible que podía ser para él alcanzar la sanidad. No obstante, Jesús lo sorprende al decirle “levántate, recoge tu camilla y ándate”.

La narración afirma que el hombre al verse sano, tomó su camilla y se fue, situación que alerta e incomoda a los religiosos de la época quienes se acercan a increparlo por cargar su camilla, ya que era Sábado. Con este relato el evangelista nos presenta por un lado una práctica religiosa que prohibía realizar cualquier actividad en día sábado, mientras que, por otro lado, Jesús representaría una nueva forma de religión en la que la no importa el día y la hora para actuar sino que se enfoca en la necesidad.

Con el pasar de los años nuestra práctica de la fe nos ha hecho internalizar el pensamiento de que Jesús actuará cuando él estime necesario hacerlo, sin embargo y pese a ello aún cargamos con “parálisis” que nos hacen perder las esperanzas y que nos llevan a pensar que aquello que nos aqueja no tiene solución, que por alguna razón, que no manejamos, Dios no se hará presente.

¿Cargas en tu vida con alguna “parálisis” o enfermedad que crees no será sanada? ¿Te has dejado dominar por la desesperanza?

Te invitamos a continuar con la conversación que ya iniciamos el pasado lunes.

martes, 20 de mayo de 2008

Hay que seguir con la fiesta



Basado en el texto de Juan 2:1-12.
Hacia fines del siglo I el cristianismo se veía en la necesidad de independizarse de la religión madre; el judaísmo. El autor del cuarto evangelio presenta esa pugna confrontando la propuesta religiosa del judaísmo con la del cristianismo. En este caso ambas propuestas se confrontan a través del relato del milagro de las bodas de Caná. La situación de la falta de vino en la fiesta provee la ocasión para que el evangelista nos presente en qué consiste, según él, la diferencia entre la propuesta religiosa de la religión madre y la de Jesús.

Los elementos decisivos de la comparación (confrontación) son las tinajas. Éstas se constituían en un elemento fudamental de la práctica religiosa judía logrando la purificación del religoso que, en medio de sus quehaceres comerciales, resultaba "contaminado" por relacionarse con gentiles. Sin las tinajas la vida religiosa en el hogar se hubiera detenido. El autor de cuarto Evangelio nos deja ver su intención al presentar a Jesús actuando ante la falta de vino para seguir la fiesta. Son esas mismas sagradas tinajas las que Jesús manda llenar de agua, misma que convierte en el mejor vino que el maestresala pudo tomar en todo el desarrollo de esa fiesta de bodas. Con este relato el evangelista nos presenta por un lado una práctica religiosa que necesita de estos elementos rituales para seguir manteniendo la segregación con los gentiles de la época, mientras que, por otro lado, Jesús representaría una nueva forma de religión en la que la característica sería la de romper los moldes cada vez que sea necesario para dar alegría (o buenas noticias) a las personas a las que en medio de la fiesta de sus vidas se les había terminado.

Hoy el cristianismo no necesita volver a definirse frente al judaísmo como religión independiente, porque ya se ha asumido que es una religión distinta e independiente. Pero sí parece necesario reconocer que al interior de nuestras propias prácticas de fe hemos construido tinajas sagradas que no sirven sino para autoconvencernos de nuestro superior estatus frente a otros seres humanos que no comparten nuestra práctica religiosa.

¿Habrá tinajas en nuestras vidas cristianas que deban ser usadas por Jesús para llenarlas de agua que se convierta en vino para hacer que la fiesta continúe y así dar una buena acogida a aquellos que se acerquen por la alegría que provoca la celebración?

Invitamos a continuar la conversación que iniciamos el lunes en la reunión de Jóvenes Adultos.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Ni Hipócritas Ni Paganos


Texto Bíblico: Mt 6:5-14
No era poco común que los discípulos pidieran a sus maestros alguna oración que pudieran repetir en medio de su práctica religiosa. No nos ocuparemos por ahora de la novedad de la oración que conocemos como “El Padre Nuestro”, sino de la advertencia que Jesús entrega a sus discípulos antes de dejarles esta oración.
Dos son los grupos cuyas prácticas deben ser evitadas a toda costa. En primer lugar están los “hipócritas” de los cuales se dice que aman vivir su religiosidad (en este caso orar) buscando ser vistos por las demás personas. Frente a su forma de vivir su religión este grupo recibirá como recompensa lo que estaban buscando, es decir, ser vistos por las personas, y nada más que eso. En cambio a los discípulos se les aconseja ir a un lugar privado donde no puedan ser vistos y ahí orar.
El segundo grupo es el que se denomina “pagano” o “gentil”. De este grupo se dice que cree que por su palabrería será oído. El discípulo de Jesús debe saber que Dios ya está en conocimiento de sus necesidades y que no podrá, aunque lo intente, sorprender a Dios con información que éste no tenga. La manera en que deben orar los discípulos es lo que refleja el “Padre Nuestro”.
Me parece que el error de ambos grupos es su concepto de Dios. Los “hipócritas” han desarrollado una imagen de Dios en la que éste parece mantenerse al margen de las intenciones de quienes actúan en su nombre. Los “hipócritas” parecen pensar que Dios no tomará en cuenta la actitud más profunda con la que viven su religión. Pero Jesús dice que quienes así actúan no pueden esperar una aprobación sino sólo de las personas a quienes los hipócritas han querido impresionar. Ninguna aprobación surge de Dios hacia este grupo.
Por su parte los “paganos” tienen una imagen de Dios según la cual éste parece un ser inerte activado como por arte de magia una vez que el orante ha introducido el código de las palabras mágicas. Y esto era realmente así entre quienes creían que siguiendo un ritual determinado podían mover a sus dioses a actuar en su favor. La sobriedad del “Padre Nuestro” parece ser la respuesta a la práctica de los paganos.
Me parece que es posible encontrar entre los actuales discípulos del Señor a personas que no han podido evitar ser como los “Hipócritas” o como los “Paganos”. Al respecto propongo una conversación que nos permita mirar “nuestras” propias prácticas religiosas en un ambiente de respeto y amor.