martes, 8 de julio de 2008

El hombre que tenía dos hijos

A continuación presentamos un resumen con la reflexión que cruzó nuestro retiro de jóvenes adultos en el Cajón del Maipo. Analizamos la parábola del hijo pródigo en tres actos, es decir, desde el punto de vista de los tres personajes principales de esta historia. El hijo menor, el pródigo, el que le pidió un adelanto de la herencia a su padre y la malgastó, terminando en el fango, sin dinero y deseando comer la comida de los cerdos. En segundo lugar, el hijo mayor, el que siempre trabajó en la hacienda de su padre, el que le fue fiel y obediente, pero que terminó anidando un pequeño resentimiento hacia su hermano irresponsable. Y, finalmente, el padre. El mismo que salía todos los días a esperar a su hijo perdido. El que guardaba una secreta esperanza en su corazón de ver regresar a la vida a su hijo perdido. El mismo que compartió todo con su hijo mayor y lo entendió cuando no quiso entrar a la fiesta.

El hijo menor

En Lucas capítulo 15, el autor reseña lo que motivó a Jesús a contar una serie de parábolas. Entre ellas la parábola del hijo pródigo, que bien podría ser llamada “La parábola del hombre y sus dos hijos”. ¿Por qué Jesús decide enseñar parábolas? Estaba molesto. El Maestro estaba cansado de escuchar los comentarios de los fariseos y maestros de la Ley, quienes reprochaban sus reuniones con publicanos y pecadores. Ante esto, Jesús despliega las parábolas como una batería de argumentos aplastantes. Entre ellas, la del hijo pródigo, una verdadera reacción a los comentarios religiosos. Las parábolas buscaban que, quienes las escucharan se pusieran en el lugar de los personajes de la historia. Es decir, que los fariseos comprendieran que había un mensaje. Una esencia de la que hoy nosotros tenemos que apropiarnos.
Entonces, surge la figura del hijo pródigo, el menor, el que irresponsablemente gastó la heredad que su padre le adelantó sin reproches, el que lo perdió todo. El que tocó fondo y se vio lleno de barro, entre cerdos y sin nada para comer. Instante en el que decide tomar conciencia y regresar. Este es el segundo momento de esta historia, la toma de conciencia.
El famoso autor inglés C.S. Lewis dice que el sufrimiento es el altavoz de Dios. En este estado, el hijo pródigo decide regresar a la casa de su padre y comienza a pensar en lo que le dirá. Durante horas comienza a construir un discurso, que repite una y otra vez en su corazón, mientras emprende el camino a casa. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser llamado tu hijo”. De esta forma exterioriza su toma de conciencia, con humildad. No son los malos negocios que hizo con el dinero de su padre, lo que le quita el sueño. Si no, haberlo deshonrado.
La humanidad es a creación favorita del Padre. Pese a que le dimos la espalda, malgastamos la herencia que nos dejó y construimos nuestra propia historia. La actitud de humillación del hijo pródigo, la toma de conciencia es lo que nos falta a veces. Tomar la decisión de emprender el camino de regreso a casa, dejando de lado la indefensión y la miseria en que hemos vivido lejos del Padre. El camino de regreso se inicia cuando tomamos conciencia y no tenemos justificación. Asumamos esa actitud y regresemos, que el Padre sale todos los días a ver si es que acaso hemos tomado la decisión.


El hijo mayor

Como planteamos anteriormente Jesús escogió las parábolas para responder los comentarios de los fariseos. Les demostró parábola a parábola la actitud que ellos habían tomado frente al Maestro. Entonces, conviene analizar la actitud del hijo mayor, en la parábola del hombre y sus dos hijos. Su participación, es quizás, la menos explotada.

Al hijo mayor de esta historia le pasó quizás lo que ocurre siempre con los hijos mayores: sus padres aprendieron a ser padres con él y por ende, siempre recibió una instrucción más rígida que las sus hermanos menores. Por eso, cuando le reclamó a su padre por la fiesta que había organizado para honrar a su hermano -el irresponsable, el malgastador- sus argumentos podrían ser considerados muy legítimos. La historia del hijo mayor tiene tres momentos particulares. En la primera de ellas debemos apreciar cuál fue su opción de vida, versus, las decisiones de su hermano menor. Su actitud fue nunca desobedecer a su padre. Tampoco hizo gastos, nunca tomó un cabrito para celebrar con sus amigos, al contrario, trabajó duro para hacer crecer los negocios de su padre. Pero el hijo mayor no sabe lo que es ser padre. No logra entender la actitud de su padre. Desde su mirada la actitud del padre es injusta. Él siempre se portó bien y nunca fue festejado, más su hermano malgastó toda su parte de la herencia y cuando regresa le hacen una fiesta. Lo que quería enseñar Jesús a los fariseos y maestros de la Ley, era que ellos eran los hermanos mayores. Los que se enojaron porque Jesús compartía y hacía fiesta con publicanos y pecadores, y no con ellos. Los fariseos eran estudiosos, tenían conceptos profundos de su religión, enseñaban en las sinagogas, combatieron la helenización de Israel, se esforzaban en la obra, mientras el resto de los mortales malgastaba su tiempo y su dinero. Este es el reflejo del segundo momento en la vida del hijo mayor, quien a raíz de su profundo malestar y odio hacia su hermano, decide no entrar a la fiesta, pese a que el padre se esfuerza en convencerlo. El tercer momento es incierto. Nunca sabemos el resultado final de esta historia. Y no es casualidad, porque de esta manera Jesús respondió a las críticas de los hijos mayores, es decir, de los fariseos. En nuestra vida cristiana y eclesiástica hemos desarrollado liturgias y doctrinas muy adecuadas. Somos a veces como los fariseos: estudiosos, obedientes a nuestro sistema religioso, y hacemos todo con muy buenas intenciones. No obstante, eso puede llevarnos a querer estar por sobre Dios. Estamos llenos de formas y liturgias y nos comportamos como el hijo mayor. Y nos negamos a entrar a la fiesta. En esta parábola, lo único que Jesús quiere enseñar es que el hijo mayor no logra entender la actitud de su padre. No comprende que su padre lo ama y valora que se haya quedado con él y haya sido obediente. Y el padre se lo manifiesta, le dice que todo lo que él tiene es suyo. Pero, no puede entender eso. Y es que el padre tiene cierta predilección por los hijos perdidos y es por ello que decide hacer fiesta por el que estaba muerto y volvió a la vida. Si adoptamos la actitud del hijo mayor, nos exponemos a terminar no muy bien y de quedar marginados de la tarea de Dios. Hay que entender que el padre actúa de determinada manera porque AMA.

El que la historia del hijo mayor no tenga final, debe hacernos temblar. Probablemente el hijo mayor terminó muy mal. Si nos consideramos hijos mayores, deberíamos abrir nuestro corazón y espacio para aquellos hijos menores que vienen volviendo a la vida. Que no nos pase lo del hijo mayor y seamos capaces de entender el corazón del Padre.

El Padre

El padre, desde que su hijo se marchó con su parte de la heredad, sospechó que las cosas no irían bien. Pese a ello, todas las tardes decidió salir al umbral de su casa y mirar hacia el horizonte. Y esperar allí el anochecer, con su corazón latiendo muy rápido, anidando la esperanza de que su hijo menor decidiera regresar. Un día, su paciencia, su esperanza, tuvo premio. El hijo menor decide volver, toma conciencia de su error y emprende el regreso. Viene hediondo, maltrecho, sucio, repitiendo una y otra vez en su corazón aquellas palabras que le dirá a su padre. Su corazón también palpita fuerte y rápido, cuanto más se acerca a su casa. Allí, donde hasta los jornaleros tenían pan y refugio, mientras él deseaba comer la comida de los cerdos. Cuando el padre lo ve en el horizonte, su corazón estalla. Sale corriendo a su encuentro y se le echa en los brazos. Su respuesta no tiene lógica, su actitud de celebración, no tiene, quizás sentido. Pero él quiere hacerle sentir a su hijo menor que no conviene estar lejos. Lejos de casa hay soledad, humillación, desamparo. En los brazos del padre, en cambio, no hay reproches, ni preguntas, solo una fiesta, una celebración. Pero está el otro hijo, el que trabajó en el campo, el que se esforzó por hacer crecer los negocios de su padre. El que se enteró de la fiesta luego de haber dejado las herramientas con las que trabajaba. El que anidó recelo contra su hermano, por haberse malgastado la herencia. El que se enoja cuando se entera de la fiesta y decide no entrar a compartir la alegría por el regreso de su hermano menor. Ahí está el padre, insistiéndole que entre y tratando de explicarle lo que significa la celebración. Y es que el padre ama a sus dos hijos. Pero el hijo mayor no pudo nunca aceptar ese amor hacia su hermano. Puede haber muchas circunstancias en medio, pero el padre es uno y ama a los dos con los brazos abiertos.

Esta parábola trata de temas personales, de conciencia personal, de tragarse rabia, de reconocer que el dueño de la hacienda sigue siendo el Señor y nosotros seguimos siendo sus hijos. Debemos tomar decisiones, pedir ayuda, y comenzar a planificar nuestro discurso, las palabras que le diremos a nuestro Padre, o simplemente, entrar a la fiesta y ser parte de la celebración. De esta forma, debemos abrir nuestro corazón al amor de nuestro Padre, Dios.