martes, 5 de agosto de 2008

Del dicho al hecho, hay mucho trecho…

En nuestra cultura este refrán resume perfectamente el modo de operar que tenemos a diario.
“Yo le aviso”
“Te llamamos”
“Mañana te pago”
“Yo me lo consigo”
“Hay que…”
“Vamos a formar una comisión…”

Compromisos, acuerdos, promesas, acciones, puntualidad y otros penden de esta aguda observación sobre cómo vivimos y nos comportamos. Aunque tomamos esta expresión con la naturalidad de un comportamiento socialmente aceptado, la verdad es que refleja la profunda latencia de nuestro ser, el que prefiere ser servido que servir. Nos apetece expresar nuestra aprobación o ideas que serán bien recibidas por los demás como “nobles hazañas”, pero llevarlas a la práctica requiere de un “esfuerzo adicional” (como dice la campaña de cierto supermercado), el que rara vez estamos dispuestos a entregar. Es más, preferimos o generamos una versión acomodaticia de todo lo que se nos demanda, para así desprendernos de la responsabilidad intrínseca de un compromiso.

¿Dónde se cruza esta cuestión con nuestra vida como cristianos?

Aunque no debemos quedarnos con la idea de que la Biblia es un manual donde aparecen listados punto a punto lo que hace y no hace un cristiano de tomo y lomo, ella está plena de guías para vivir nuestro día a día como verdaderos hijos de un Dios de la categoría del que se reveló a nosotros: Dios de amor, justicia, verdad, misericordia, compromiso y mucho más.
Los primeros grupos de seguidores de Jesús y sus enseñanzas fueron llamados “Cristianos”, o pequeños Cristos, por sus contemporáneos (gentiles). Aunque se utilizara esta descripción como un peyorativo en muchas ocasiones, resume lo que la gente veía en ellos: una imitación del Cristo a quien conocieron. No fueron solamente oidores de un mensaje poderoso, convencidos intelectualmente de la veracidad de sus declaraciones, ni observadores de los milagros que acompañaron a Jesús, sino que también se comportaban como él. La realidad de las convicciones de estas personas se materializaba en su actuar y proceder en la vida. Este es el puente que nos lleva a la arena de discusión en el libro de Santiago, donde el escritor bíblico plantea la inequívoca relación entre la fe (credo) de la persona y las obras (acciones) que realiza. Este asunto ya había sido tratado con anterioridad por Jesús, cuando instruía a la gente a hacer lo que los fariseos decían, no lo que hacían (por ejemplo, leer Lucas 11:46 Contestó Jesús: ¡Ay de ustedes también, expertos en la ley! Abruman a los demás con cargas que apenas se pueden soportar, pero ustedes mismos no levantan ni un dedo para ayudarlos.)

Santiago pone la atención sobre un aspecto vital en la vida del cristiano: La práctica de la palabra.

Santiago 1:22-27
22 No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica.23 El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo24 y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es.25 Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla. 26 Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada.27 La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo.

Otra forma de plantear el mismo asunto es con la relación entre la fe y las obras:

Santiago 2:14-26
14 Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?15 Supongamos que un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario, 16 y uno de ustedes les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse», pero no les da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso?17 Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. 18 Sin embargo, alguien dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras.»
Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras.19 ¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan. 20 ¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril?[a]21 ¿No fue declarado justo nuestro padre Abraham por lo que hizo cuando ofreció sobre el altar a su hijo Isaac?22 Ya lo ves: Su fe y sus obras actuaban conjuntamente, y su fe llegó a la *perfección por las obras que hizo.23 Así se cumplió la Escritura que dice: «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia»,[b] y fue llamado amigo de Dios.24 Como pueden ver, a una persona se le declara justa por las obras, y no sólo por la fe. 25 De igual manera, ¿no fue declarada justa por las obras aun la prostituta Rajab, cuando hospedó a los espías y les ayudó a huir por otro camino?26 Pues como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

Para evitar confusiones: de acuerdo al comentario de este pasaje la Biblia de estudio NVI, el término “fe” es usado como una mera aceptación intelectual de algunas verdades sin tener la confianza en Cristo como salvador. El pasaje apunta más bien a que la fe genuina producirá buenas obras, pero solo la fe en Cristo salva (extracto del comentario sobre vv. 2:14-26 en Biblia de estudio NVI de editorial Vida, año 2002, pág. 1975)
Esta preocupación tiene una data mucho más antigua que el libro de Santiago, ya que podemos encontrar el mismo consejo en Proverbios 3: 27-28

27 No niegues un favor a quien te lo pida, si en tu mano está el otorgarlo. 28 Nunca digas a tu prójimo: «Vuelve más tarde; te ayudaré mañana», si hoy tienes con qué ayudarlo.

Renovando nuestro entendimiento

Decimos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pero la realidad muestra que falta aún un largo trecho por hacer realidad este mandamiento.
Si bien las líneas matrices de nuestro mundo protestante trazaron a fuego el hecho que la salvación es por fe y no por obras, no podemos dejar de reconocer la importancia de éstas en nuestro cotidiano andar. Las llamadas obras no están referidas solamente a la atención de personas en una situación de extrema pobreza. Estamos inmersos en un mundo que también clama por justicia, equidad, abrigo, alimento, compasión, misericordia y hemos sido puestos por Dios en medio de esta sociedad para extender nuestras manos y recursos a quien lo necesita. Tampoco se pide que nuestra labor sea realizada en los círculos cristianos afines o como moneda de cambio por la salvación del que es ayudado.
De la misma manera en que el apóstol Pablo expresa cómo Dios ha revelado sus cualidades invisibles en un mundo tangible llamado “la creación” (Rom. 1:19-21), nosotros somos llamados a llevar la infinita misericordia de Dios en un lenguaje que va más allá de lo intelectual y logra materializar lo intangible de nuestra vida espiritual: La fe en acción.
By Luis Soto Tapia.

1 comentario:

pablo dijo...

CONCECUENCIA he ahi todo el problema en cuestion , que tan concecuentes somos , nuestro actuar ¿es fiel reflejo de lo que pregonamos hacer? o peor aun lo que criticamos en los demas, alcanzar el equilibrio es una tarea fundamental de todo ser humano , equilibrio con uno mismo y con el entorno , equilibrio en nuestras vidas , para concluir tomare prestadas esa sabias palabras por todos conocidas"POR SUS FRUTOS LOS CONOCEREIS"