viernes, 5 de marzo de 2010

Queridos amigos
Luego de orar, llamar y escribir muchos correos electrónicos, la impotencia de la distancia y tal vez, mi propio carácter, me impulsan a contribuir por medio de unas ideas no tan elaboradas que, en el tono que ustedes me conocen, intentan iluminar (eso espero) la construcción de un pensamiento sobre lo que nos queda por delante luego de la catástrofe que nos tocó vivir como país. Escribo desde la experiencia de una persona que ha vivido toda su vida en el contexto de la fe cristiana. Lo anterior no significa que el lector esté frente a una especie de monje Shaolín en versión cristiana; lo que quiero decir en realidad es que escribo conociendo la tensión diaria de tratar de vivir la fe de manera consecuente en medio de una sociedad y una historia que nos resulta hostil. Para usar las palabras de John Stott, un teólogo anglicano que leíamos los “jóvenes de los ochenta”, escribo conociendo la tensión que se produce cuando sabes (como también ustedes lo saben) que “creer, es también pensar”.
Muchos han señalado que en los momentos límite de la vida es cuando surgen las preguntas fundamentales que las personas hacemos. Estos momentos son una de las fuentes de la filosofía, pero también lo son de la teología en tanto reflexión sobre la fe que profesa la iglesia. Mientras que todo ser humano se pregunta por la posibilidad del fin, por el origen o por la razón de ser en este mundo, quienes además son cristianos tienden a preguntarse por el papel que Dios juega en medio de estas calamidades. La teodicea, esa disciplina teológico-filosófica tendiente a justificar a Dios de lo que podría ser un juicio en su contra dada la existencia del mal en el mundo, es una forma de ese pensamiento teológico. Las personas entonces se preguntan ¿Por qué Dios hace o permite tal cosa? ¿Qué clase de Dios es uno que permite (o provoca) semejante catástrofe?
Algunos han dicho que la pregunta por el “por qué”, es una de las que siempre quedan sin respuesta de parte de Dios, quien sólo respondería a la pregunta sobre el “para qué”. Yo no quiero polemizar con los pensadores que han afirmado tal cosa en base a sus legítimas experiencias, pero me parece que aunque van en la dirección correcta, no logran llegar al meollo del asunto. En todo caso, claramente Dios parece guardar silencio cuando se le pide explicaciones sobre su accionar, sobre sus razones, sobre sus pensamientos. Después de todo, ¿no nos ha dicho que sus pensamientos no son nuestros pensamientos?, ¿deberíamos, asumiendo que tenemos la “mente de Cristo”, olvidar la distancia cualitativa entre Dios y los hombres? ¿Podremos decir que por tener la “mente de Cristo” somos los genuinos intérpretes de Dios y que por eso podemos explicar al detalle su comportamiento? En todas las generaciones algunos cristianos honestos creyeron que Dios podía ser puesto bajo el microscopio, el de la ciencia o el de la mística, y que podía ser reducido a explicación científica. A estas alturas debería estar claro que Dios sigue siendo Dios y está lejos de poder ser capturado en una explicación dada por los cristianos en cualquiera de sus versiones.
De cualquier manera, algunos se sienten con la capacidad de interpretar a Dios y sus pensamientos. De tiempo en tiempo surgen catástrofes en la historia humana, la mayoría de ellas son ocasionadas por la depredación del hombre sobre su prójimo y esto vale también para algunas de las llamadas catástrofes naturales. Frente a estos acontecimientos límite acaecidos en la historia hemos oído las más imaginativas y atrevidas interpretaciones. Recuerdo, por ejemplo, que cuando ocurrió lo del huracán Katrina, que asoló Nueva Orleans en 2005, un “predicador internacional” invitado a una iglesia de Santiago explicó que Dios estaba castigando esa zona por su libertinaje y prácticas asociadas a la brujería. Recuerdo también que alguien en la sala le preguntó (muy inteligentemente) si ahora habría que esperar un terremoto en Washington dada la responsabilidad que le cabría al pueblo estadounidense en la mortandad de gente inocente en Medio Oriente. No recuerdo la respuesta del “invitado internacional”, pero jamás olvidaré la lección que significó para mí: quien no es consciente de sus propias ideologías, terminará interpretando a Dios de tal manera que éste parezca un simple aliado, respaldo de sus propias teorías, y sólo podrá ver el pecado ajeno, pero nunca el propio.
También oí a algunos honestos cristianos explicar algunas crisis vividas en Chile como resultado de elegir presidentes de izquierda (incluso agnósticos), y se me ocurre que como la imaginación no tiene límites, no faltará el bien intencionado “heraldo” de Dios que nos diga que este terremoto nos viene como castigo por elegir un presidente de derecha. Otro tanto se ha dicho sobre el terremoto en Haití. No quisiera emitir un juicio ético respecto de la intención de estos creyentes que ingenuamente piensan que pueden dejar sus ideologías de lado cuando hablan de Dios. Pero sí quisiera decir que, en su investigación sincera de la voluntad de Dios han equivocado la pregunta que debe movilizar el pensamiento teológico en este caso.
Propongo que lo que debemos preguntar no es “¿Por qué Dios nos manda un terremoto?”, sino “¿Cuál es la voluntad de Dios en estas condiciones de catástrofe nacional?” El Nuevo Testamento nos invita a discernir la voluntad de Dios en medio de las situaciones históricas que nos toca vivir. Discernir la voluntad de Dios es una experiencia nueva cada día y para cada creyente, por eso el compromiso es personal y no se puede dejar la tarea de discernir la voluntad de Dios a ningún tipo de caudillo religioso visionario (como los del Antiguo Testamento), por muy dotado que parezca. Luego de discernir esa voluntad, habrá que optar entre obedecerla o desobedecerla. Parafraseando a Sartre diría que no existe la opción de “no decidir”. Por eso los invito a discernir la voluntad de Dios en su comunidad local, pero también en sus propias familias, en sus comunas y en el país entero. Los animo a actuar como cristianos consecuentes; a llorar con quien llora y a reír con quien ríe. Principalmente, por estos días, los animo a llorar con quien llora, a asociarse con los más desfavorecidos de nuestras sociedades injustas, a buscar lo menospreciado del mundo.
Finalmente, la lectura atenta del libro “Job” en nuestras Biblias seguramente nos disuadirá de intentar responder rápidamente a la pregunta por el por qué. Frente a una “sabiduría de la retribución” donde al “bueno” le va bien y al “malo” le va mal, el libro de Job se levanta como una crítica devastadora: a los justos también les suele ir mal y peor que a los “malos”. En esos casos las explicaciones que buscan responder al “por qué”, como las que dieron los amigos de Job en el relato de la Biblia, normalmente terminan en el error y finalmente condenadas por Dios. Y es que no es posible meter a Dios bajo el microscopio y explicarlo. Los amigos de Job hubieran hecho mucho mejor si en lugar de intentar explicar su sufrimiento y desarrollar grandes teorías sobre el pecado que justificaría el castigo, hubieran llorado junto a él e intentado calmar el dolor de sus heridas.
No hay que tener vergüenza de decir que “no sabemos” a los que preguntan por una razón para todo el dolor que sufren muchas personas en Chile. Pero sí hay que avergonzarse si no podemos discernir, en el sufrimiento de estas personas, una voz de Dios que nos interpele (porque la Palabra de Dios no sólo nos habla; nos interpela)
Les escribo con todo mi amor, y con el dolor y la impotencia de la lejanía. Que Dios los guíe en las decisiones que por estos días estarán tomando.
Con afecto y grandes recuerdos
Javier Ortega
Buenos Aires, 05 de marzo de 2010