miércoles, 24 de julio de 2013


Seguimos conversando acerca del Jesús del pueblo (Nestor Miguéz), ese que se aparece en los momentos comunes de la gente. 

En el evangelio de Juan (4.1-42) y también en el relato de Miguéz se cuenta de su encuentro con una mujer de Samaria al lado de un pozo del cual sacaba agua todos los días al mediodía.


Jesús pide agua (v.7). Con esta intervención comienzan un diálogo o, más bien, un par de monólogos que se intercambian. Él habla desde la divina sabiduría y ella contesta desde la realidad cotidiana. Él habla de la vida eterna, mientras que ella de las tareas domésticas…parece una conversación extraña al principio, pero luego se vuelve completamente trascendente para la mujer; cuando se vincula con su propia vida. Sólo en ese instante presta real atención a este hombre ya que es, al parecer, alguien que se interesa por ella más que el resto.

Es cierto que mucho se ha especulado y dicho sobre la samaritana, pero no es el punto de nuestra reflexión. Tampoco lo es saber por qué Jesús tenía que pasar por Samaria (v.4). Lo que nos interesa es cómo él aparece en un momento muy común, en el terreno de una mujer cualquiera.

Lo que sucede luego es que la mujer corre a contar su experiencia al pueblo. Habla, sin embargo,  de aquello que le es relevante, no de todo el discurso, ya que las revelaciones teológicas que Jesús le dice parecen no hacerle ni cosquillas… Es la maravilla de  encontrase con este Jesús especial lo que transforma su vida y la motiva a hablar. 

Ahora bien, aquí es donde podemos vincular esta historia con la nuestra. Somos tan corrientes como cualquiera -como ella - y aun así Dios se manifiesta a nosotros. Él nos encuentra en medio de los quehaceres de cada día y no en medio de situaciones extraordinarias. No es nuestra intención poner en duda el poder de Dios para actuar, sino mirar cómo evaluamos donde creemos encontrarlo y donde no. A veces inventamos cosas demasiado fabulosas e inverosímiles, cuando la invitación que él nos hace es a experimentarlo desde nuestra simpleza y normalidad, desde nuestra cotidianeidad. Jesús no irrumpe sólo cuando existe un escenario sobrenatural y milagroso que lo pueda reconocer. Llega usualmente en medio de las cosas más comunes, esas que nos pasan porque sí. No es necesario esperar algo terrible para que él se presente.

Dios se preocupa por nosotros, sus hijos, y por todos los otros más de lo que pensamos. A él le interesa nuestra vida ordinaria. Muchas veces pensamos que hay aspectos que a Dios no le importan, cosas que ni siquiera pondríamos en oración ya que nos parecen demasiado humanas o superficiales, pero lo cierto es que es la persona y sus circunstancias lo que tiene importancia para él; nuestra necesidad, conflictos y situaciones. Le interesan tanto los seres humanos que bajó a vivir como uno. La encarnación de Cristo que enseña a un Dios creador que se hace parte de su creación para mostrarse real, cercano y preocupado fue la manera de mostrarnos su amor. Tuvo sed y hambre como un humano y finalmente murió como tal.  

Animémonos a decir tal vez, “… doy gracias porque Dios me dio la la paciencia para soportar el metro en la mañana, o la fuerza para perdonar a mi pololo o polola que me dejó”…, etc.,  en vez de pensar todo el tiempo “¡milagro o castigo divino!” atribuyéndole importancia sólo a aquellos hechos que se notan por su calidad extraordinaria o espectacular. 

Disfrutemos que Dios está interesado en nosotros y en lo que hacemos.

2 comentarios:

Rodrigo Saint-Jean dijo...

Que rico ir descubriendo ese Jesús real y verdadero, desechado de misticismos e inventos que muchas veces han sido acariciados por siglos y siglos.
Busquemos a Jesús en los demás, y de seguro encontraremos...

Ely Palma dijo...

Lo que me gusta de estas reflexiones es que aterrizan la divinidad de Dios y lo muestran como el Padre, amigo, compañero que todos queremos. Ese que no busca fama, ni se acerca a nosotros por interés. Él no aparece, Él siempre está a nuestro lado.